domingo, 17 de julio de 2016

PARA ENTENDER EL MIEDO

MIEDO, MEMORIA Y FUTURO

      "Crece el mal por razones que ignoramos y es una inundación con propios líquidos...Señor Ministro de salud: ¿que hacer?" -Los nueve monstruos- Cesar Vallejo 

La cotidiana, abundante y detallada dosis informativa sobre hechos delictivos, violencia y muerte, generan una creciente sensación de inseguridad y miedo. Pero no solo eso. Generan también oportunidades de negocio  no solo para el mercado de la seguridad y sus dispositivos tecnológicos, sino que también propicia la corrupción por las medidas de urgencia que se dictan sin control para enfrentar la inseguridad. Pero sobre todo, pavimentan el camino hacia el control total sobre la población, mediante la identificación biométrica (la marca de la bestia), que permite la ubicación y aniquilamiento selectivo no solo de los delincuentes sino también, de quienes resulten incómodos para el poder, cualquiera que este sea.

La codicia, la violencia y el miedo son los verdaderos nombres de la competitividad, la eficacia y la eficiencia, que son los motores del capitalismo neo liberal cuyo verdadero rostro es necesario desvelar. Intentaremos aquí, aproximarnos al miedo, señalando algunos de sus efectos, usos y beneficios, para entenderlo en su complejidad.

En palabras de la historiadora Claudia Rosas Lauro[1]: “El miedo se define como un sentimiento de inseguridad frente a una amenaza identificada, que puede ser real o ficticia. Es decir, podría no existir tal amenaza, pero se percibe como un elemento perturbador que pone en riesgo nuestra seguridad…los miedos pueden ser instrumentalizados por el Estado, la Iglesia, los grupos de poder económico o los partidos políticos para lograr sus propios fines. Para ello, son difundidos por medios de comunicación no solo mediante noticias, sino también rumores o datos falsos que alimentan los temores y se conectan con prejuicios y estereotipos de la población.[2]” 

El miedo que habita en los seres vivos acompaña al animal humano desde el comienzo de su historia. La necesidad de asegurar su existencia enfrentó a  los primeros humanos con los riesgos de su entorno ambiental. La inseguridad resultante de esa tensión le obligo a desplegar su inventiva para sobrevivir en el medio hostil. Hubo necesidad de pasar de la manada, de la horda a la tribu, a la comunidad; y de imaginar divinidades propicias que le protegiera de las amenazas a su existencia. Organización social y religiosidad fueron herramientas indispensables para sobrevivir. Como individuos solitarios, competidores y profanos difícilmente hubiera podido hacerlo y  escalar su desarrollo. A partir de un cierto momento, el miedo empezó a ser utilizado como instrumento de dominación. La aparición de la propiedad privada, la familia patriarcal y el estado, necesitó justificarse como mandato divino –nuevos dioses “únicos y verdaderos” desplazaron a las antiguas divinidades naturales, simbolizando el cambio hacia las sociedades disciplinarias que han  permanecido hasta hoy, pero que ya resultan inadecuadas frente a los procesos de integración económica mundial, la incesante urbanización/desruralización y el acelerado despliegue de las nuevas tecnologías que amplían el campo de lo posible.

La civilización del capital requiere de un nuevo orden mundial para orientar los procesos en curso hacia su finalidad suprema: La rentabilidad de sus negocios. Habiendo agotado ya todas sus promesas de Democracia y Libertad, proclama hoy  la Seguridad como pretexto para hacerse del control total de los recursos necesarios para la continuidad de su poder en todo el planeta[3].

Guerras, terrorismo, delincuencia, desempleo, epidemias,  entre otros, son los nuevos círculos del infierno que actualizan el miedo como fenómeno universal. El castigo eterno, esgrimido por el poder en la edad media, fue contestado y reemplazado por el reino de la razón, el individualismo y la idea de progreso de la modernidad colonial. Pero el reinado de la razón instrumental de “el fin justifica los medios” ha devenido ya en razón cínica[4] del “todo vale para triunfar”.

Todos los ámbitos de la actividad humana (salud, educación, cultura, etc) son invadidos por la lógica de la mercancía, pero además, se formatean las conciencias modelando los deseos de los individuos para que sigan ciegamente las tendencias del mercado como antes los rebaños iban en pos de su alimento. El capitalismo necesita fabricar consumidores que absorban lo que produce[5]; pero como ya no puede asegurar el pleno empleo ni un ingreso para todos, aparece la trasgresión (y el delito) convertida en un mal necesario para la civilización del capital. La inseguridad creada obliga a los ciudadanos a replegarse en un individualismo feroz, renunciando a su propia libertad en nombre de la seguridad. Este miedo a la libertad les impide ver la descomposición social[6] y el laberinto sombrío en el que nos encontramos sumidos. La seguridad se convierte en el negocio del momento. El neoliberalismo es una contrarrevolución capitalista que promueve la restauración de la barbarie como modelo de acumulación de capital, en donde impera la ley del más fuerte, del más astuto, del más rufián; con el despojo, la estafa y el crimen como modalidad operativa.

El miedo en el Perú es una pesada herencia colonial. El terrorismo evangelizador aplicado mediante la extirpación de idolatrías sentó las bases de esa cultura del miedo que nos acompaña hasta hoy, sintetizada en esa frase acuñada en la época de las haciendas: “Calla, reza y trabaja”. La violencia y el silenciamiento son los pilares del mal llamado “principio de autoridad”. La adjetivación descalificadora de “idolatra”, “hereje” o “infiel” de ayer se ha convertido en “antisistema”, “antiminero” o “terrorista” de hoy, utilizadas para señalar a quienes el estado/mercado considera enemigos y es un eficaz instrumento de castración intelectual aplicado por los inquisidores de todos los tiempos, impidiendo una reflexión seria sobre el destino de nuestro país.

La inoculación del miedo resulta eficaz por la  precarización de las condiciones de existencia (empleo, educación, salud, etc), que multiplica los riesgos y reduce las protecciones. La mercantilización de la vida social convierte todo vínculo en una relación de costo/beneficio, que sustituye la confianza y cooperación por rivalidad y competencia. Las aspiraciones de mayor consumo requieren de un mayor ingreso que obliga a reducir los tiempos compartidos de los afectos, de los cuidados, y de la vida familiar. La publicidad que estimula el consumo es la misma que instituye el miedo a perder y su manipulación.

¿Y cómo enfrentar al miedo?
En su trabajo sobre EL TERROR COMO EJERCICIO DEL PODER, Augusto Castro[7] señala que el miedo a la muerte es el miedo por excelencia y su manipulación para consolidar, legitimar o conquistar el poder es una forma de terror. Partiendo de esta constatación propone una alternativa considerando una perspectiva ética: SABER VIVIR, JUSTIFICANDO NUESTRA VIDA, en donde el “no tener miedo a la muerte” signifique EL PLENO RECONOCIMIENTO DE LA VIDA A PESAR DE SU LIMITE Y PRECARIEDAD cuya meta sean LA PAZ y EL BUEN VIVIR, garantizando la diversidad y en especial, protegiendo a los más vulnerables y promoviendo a quienes hasta hoy están excluidos de las oportunidades.

¿Y cómo materializar esta alternativa?
Recogiendo el legado de nuestra Cultura Andina prehispánica para imaginar un futuro más allá de esta civilización predadora y consumista. Para salir de este laberinto necesitamos desmontar esa cultura del miedo. Necesitamos reconocer que vivimos una guerra entre la lógica de la mercancía y la lógica de la naturaleza que en 500 años no ha podido cortar nuestras raíces. Necesitamos abrir espacios de encuentro y conocimiento para defender la vida, promover la paz y garantizar el respeto a la diversidad.

Como Colectivo Cultural asumimos la Misión de sembrar lo bueno de lo nuevo y lo mejor de lo que hubo antes de lo cristiano occidental. Pero antes, remover el ambiente en el que vivimos, aireándolo con el encuentro de las diversidades, el conocimiento, la reflexión y la discusión. En las próximas ediciones de TARPUY iremos discutiendo la forma en que opera la cultura del miedo en el Perú aplicando el concepto de Inteligencia Colectiva, basados en el convencimiento de que nadie lo sabe todo y que todos sabemos de algo, que puede aportar valor al conocimiento general, avanzando del “Yo pienso” al “nosotros pensamos”, forjando nuestra Memoria Histórica como herramienta de transformación.

Calixto Garmendia

Lima, julio 2016



[1] Claudia Rosas Lauro, Doctora en Historia por la universidad de Florencia, Italia. Ha editado EL MIEDO EN EL PERÚ, siglos XVI al XX,  Fondo Editorial de la PUCP, 2005
[2] MIEDO Y ELECCIONES EN EL PERÚ, por Claudia Rosas Lauro, EL COMERCIO,  jueves 31 de marzo del 2016.
[3] El INFORME CHILCOT sobre la intervención en Irak muestra que la política de CONMOCIÓN Y PAVOR es una estrategia imperial
[4] CINISMO,  CORRUPCIÓN Y VIOLENCIA EN EL PERÚ. Julio Mejía Navarrete. YUYAYKUSUN. Revista del Departamento de Humanidades de la Universidad Ricardo Palma. Nro 7 – Noviembre 2014
[5] EL DESEO SINGULAR, Bernard Stiegler,
ARTE REI, Revista de Filosofía, nro 74, marzo 2011
[6] SOCIEDAD DESCOMPUESTA, Francisco Durand, 04/09/2015, Semanario “Hildebrandt en sus trece”
[7] EL TERROR COMO EJERCICIO DEL PODER, Augusto Castro Carpio, Doctor en Estudios Latinoamericanos por la Universidad de Tokio, Director del Instituto de Ciencias de la Naturaleza, Territorio y Energías Renovables (INTE-PUCP) y Coordinador del Grupo de Investigación Ética, Ambiente y Sociedad.

martes, 15 de marzo de 2016

EL MIEDO EN EL PERU



INSEGURIDAD Y MIEDO


Los vientos de crisis que soplan sobre el escenario global y el desborde delincuencial que aquí amenaza la seguridad de las personas, hacen propicio el retorno de la lógica del terror, amparada en la amnesia proverbial de los peruanos. Con ella, el miedo se convierte en un eficaz instrumento de manipulación y control, que paraliza a los ciudadanos dificultándoles ver la descomposición social[1] y el laberinto sombrío en el que nos encontramos atrapados.     

Las estadísticas[2] muestran que la delincuencia ha crecido en relación directa con el crecimiento económico habido desde la última década del pasado siglo; pero también evidencian que la vinculación entre delincuencia y poder no es un hecho reciente, tal como lo muestra el trabajo del historiador de la economía,  Alfonso W. Quiroz[3]. La corrupción, el abuso y el crimen vinieron inscritos en el ADN de los encomenderos cristianos europeos que fundaron el Perú bajo el signo de la codicia.

La visión fragmentada de la realidad presenta los hechos desvinculados de la totalidad que conforma la existencia social de los peruanos, permitiendo su distorsión  y manipulación.

Esa visión fragmentada de la realidad podemos encontrarla en la conflictividad latente debajo de la idea del “progreso”, cuyos proyectos ocultan tanto la destrucción ambiental y del patrimonio cultural como la degradación de las condiciones de vida de las poblaciones que habitan en el entorno de los yacimientos o espacios codiciados. La magnitud de este daño no se hace visible debido a la ceguera causada por el mito de que “el Perú es un mendigo sentado en un banco de oro”, que sigue siendo el sentido común dominante que nutre esa idea del “progreso”.

La incertidumbre vital, resultante de la precarización de las condiciones de existencia (trabajo, educación, salud, etc)que multiplica los riesgos y reduce las protecciones, es presentada como una “oportunidad” para el triunfo de los individuos competitivos, capaces de alcanzar el éxito a cualquier precio. La fiebre del “emprendedurismo” puede dar fe de ello.

La mercantilización del tiempo libre, que expropia los tiempos compartidos de los afectos, de los cuidados, de la vida familiar, erosionando la calidad de vida cuyo deterioro crece conforme crecen las aspiraciones de consumo y de mayor ingreso, conformando una espiral destructiva del entorno ambiental. Convergiendo con la reducción del tiempo familiar compartido, está el incremento de la densidad poblacional en el espacio físico de las viviendas; la desaparición de los espacios públicos de recreación y la proliferación de centros comerciales, que van de la mano con el incremento de sumideros conductuales (adicciones, pederastia, feminicidio, entre otros).

Si el futuro es hoy, este es el futuro al que nos ha traído esa idea del “progreso” impuesta bajo la lógica del capital. Nos interesa el futuro, porque es allí donde van a vivir nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos. Creemos necesario modificar radicalmente este presente, disipando temores y despejando el horizonte para construir un futuro diferente.

El miedo y la angustia crecen allí donde la precariedad y la incertidumbre son el pan de cada día[4]. Sin un ingreso que permita una calidad de vida acorde con nuestra dignidad humana, el miedo inducido cumple su función de ablandar resistencias y someter la voluntad de las personas. El miedo es un reflejo natural con el que los seres humanos  reaccionan ante situaciones de riesgo. En un individuo sano, el miedo puede ser un catalizador de sus potencialidades y la eficacia de su respuesta será mayor en la medida en que sea capaz de actuar cooperativamente con quienes se encuentran en condiciones semejantes[5]. Sin embargo, nuestra realidad ambiental cotidiana dista mucho de reunir las condiciones mínimas de salubridad. Según  la Organización Mundial de la Salud, la salud mental es “un estado de bienestar en el cual el individuo es consciente de sus propias capacidades, puede afrontar las tensiones normales de la vida, puede trabajar de forma productiva y fructífera y es capaz de hacer una contribución a su comunidad.[6].

El actual paradigma  de competitividad, excelencia y meritocracia forma predadores solitarios capaces de vender hasta su alma por lograr la ganancia inmediata, tener éxito y aparentar lo que no son. Esta “cultura logrera” , impuesta con una infraestructura educativa miserable, programas de estudios recortados y docentes en la más absoluta precariedad -en un país racista y excluyente-  viene mostrando sus resultados en la proliferación de pandillas, sicarios, traficantes de todo tipo y corrupción a todo nivel, que en palabras del Dr. Andrés Zevallos[7], prestigioso psiquiatra, configuran una epidemia de salud mental.

Las soluciones de “mano dura”  reflejan la  incapacidad del Estado peruano para conducir la formación de las futuras generaciones con  vocación democrática e identidad nacional. El Bicentenario de la república encontrará la educación nacional con un número muy reducido de instituciones educativas que cumplen con los estándares internacionales y una inmensa mayoría atrapada entre el espanto de sus carencias y las ilusiones de la publicidad.

Para salir de este laberinto necesitamos aprender a orientarnos  a partir de la recuperación de nuestra Memoria Histórica, para reconocer que esto no siempre fue así, que no todo está perdido y que de nosotros mismos depende remontar esta situación.

En las próximas ediciones de TARPUY, iremos discutiendo las siguientes cuestiones: ¿Qué es el Perú? ¿Existe el Perú como Nación? ¿Es el Perú Chicha una alternativa consistente y viable frente al Perú criollo colonial? ¿Hasta cuándo persistirá la herencia del primer Gonzalo?

Calixto Garmendia

Lima, marzo 2016





[1] SOCIEDAD DESCOMPUESTA, Francisco Durand, 04/09/2015, Semanario “Hildebrandt en sus trece”
[3] “La historia de la corrupción en el Perú”, Alfonso W. Quiroz, IEP, 2013
[4] LAS AMARRAS DE LA ANGUSTIA,  Aracelly Fuentes, 08/10/2014, http://divaneos.com/las-amarras-de-la-angustia/
[5] EL MIEDO COMO INSTRUMENTO DE PRESION,  Xabier F. Coronado, http://www.jornada.unam.mx/2011/10/30/sem-xabier.html