ESTADO DE BARBARIE: CRONICAS PARA UN BUEN GOBIERNO
“Un día prendió el pueblo su fósforo cautivo,
oró de cólera
y soberanamente pleno, circular,
cerró su natalicio con manos electivas”
Himno a los Voluntarios de la Republica
Cesar Vallejo
En el Bicentenario de la independencia, y en medio de una pandemia
que ha terminado de desnudar la incapacidad del Estado peruano para atender las
necesidades más elementales de su población, el proceso electoral en curso nos
abre una oportunidad. ¿Seremos capaces de entenderla? ¿sabremos aprovecharla?
Tras cinco años de desgobierno sumados a décadas de corrupción,
dentro del largo tiempo de la colonialidad, estamos frente a un proceso
electoral en el que el profesor Pedro Castillo ha logrado concentrar la
esperanza en un cambio posible frente al miedo y la miseria moral que están
mostrando los dueños del país.
La situación actual condensa todos los males sufridos por nuestro pueblo a lo largo de su historia, agravados por la pérdida de horizontes que den sentido a los proyectos de vida de sus ciudadanos. La gravedad del momento se evidencia en la incapacidad del Estado que permite al crimen organizado la posibilidad de hacerse del control de sus instituciones a través del proceso electoral.
La fractura social ha
quedado expuesta y los alineamientos se corresponden con el miedo a los cambios
que sienten unos pocos, frente a las expectativas que estos mismos cambios
generan entre amplios sectores del pueblo trabajador. Por un lado está el
profesor Pedro Castillo quien encarna las demandas y expectativas de la
población peruana; y frente a él, toda la caterva reaccionaria que va desde el marqués Vargas Llosa con los nostálgicos
de la herencia colonial hasta la lumpen de la burguesía emergente
personificada en los “cuellos blancos” con sus sicarios, que han cerrado filas detrás de la jefa de una
organización criminal que es para ellos, la última garantía para preservar sus
privilegios.
La posibilidad de victoria es cierta; sin embargo, hasta que
no sea reconocido y proclamado por los organismos oficiales, no podemos cantar
victoria. La memoria y la experiencia nos recuerda innumerables artimañas que
podrían legalizar un fraude descomunal contra la voluntad popular. Y aun, si se
consiguiera el triunfo, el sabotaje y las traiciones serán asunto de todos los
días.
La nuestra es una vieja historia que vuelve siempre a lo mismo. Desde que se fundó la república hemos tenido breves períodos de bonanza que terminaron con grandes escándalos de corrupción, caos y desgobierno seguidos de dictaduras feroces con la misión de “restablecen el orden y el progreso” conduciéndonos al mismo punto de partida: la ley del más fuerte. En la mitad del pasado siglo, el sueño de progreso alentado por la esperanza democrática produjo eso que se ha llamado “desborde popular” que, con la Reforma Agraria de 1969, abrió las compuertas sociales que dejaron al descubierto las prácticas discriminatorias en la vida social.
Las viejas ataduras, que vienen desde la fundación del Perú, se actualizaron luego con nuevos nudos. La dominación colonial instituida sobre la racialización del poder persiste hasta nuestros días a pesar de los 200 años que va a cumplir la “República independiente”. Si bien, en lo formal, todos somos iguales ante la Ley, los privilegios señoriales y el modo “gamonal” de ejercer la autoridad se mantienen en todas las instancias de la vida social, desde la cúspide del Estado hasta la vida familiar, negando esa “promesa de la vida peruana” que predicó Basadre. A las herencias no resueltas se le suma la problemática del mundo de hoy, que hacen parecer inviable el sueño de la “nación peruana” tal como la conocimos. El mundo está cambiando, nosotros también.
Estamos ante un cambio de tiempos, un PACHAKUTI que habrá de "volver al mundo como era antes" de la llegada de los falsos Wiracochas. Lo estamos viendo en todo el mundo andino desde Chile hasta Colombia, y lo estamos viviendo aquí también.
Los
peruanos del norte, del sur y del oriente, junto a los peruanos de esta nueva
Lima que no termina de nacer, constituimos la base social que dará pelea no
solo por el triunfo electoral del profesor Pedro Castillo sino, sobre todo, para sostener y defender
un programa de cambios en favor de los pueblos del Perú.
Es esta heterogénea y plural conformación de nuestra
existencia social la que nos obliga a escuchar y entender a quienes no son como
nosotros ni piensan como nosotros, pero que tienen el mismo derecho que
nosotros de participar activamente en la reconstrucción nacional. Entender esto
es crucial para encarar el futuro con optimismo.
La pandemia, la recesión y el cambio climático son los tres
grandes enemigos que tenemos que enfrentar. Aquellos que se han beneficiado con los años de bonanza económica y abandonaron la salud y la educación de
los peruanos; aquellos que han propiciado, permitido y se han beneficiado del saqueo de nuestros recursos
naturales y la explotación del trabajo de los peruanos; aquellos que en nombre
de un supuesto desarrollo alientan inversiones que destruirán bosques, fuentes
de agua, contaminando aire, suelos y ríos, forman parte también de los enemigos
de los pueblos del Perú.
Las grandes tareas del “día a día” no podrán ser asumidas
desde el gobierno debido al procedimiento formal para su aprobación, que tiene
que pasar por un debate en el Congreso con la posibilidad de rechazo de la ley,
en las distintas instancias de control o, en el largo trayecto burocrático
entre su aprobación y ejecución. Por ello es necesario que las organizaciones
de base de cada comunidad, pueblo, ciudad o barrio, asuman la responsabilidad
de conducir ese cambio: Alimentación, Salud, Educación y Recreación deben de
ser tareas nuestras que no tienen que esperar su aprobación en el Congreso o en
el Ejecutivo, para hacerlas realidad.
Las instituciones del Estado están diseñadas para ejercer un mando “desde arriba”, supuestamente neutral revestido con una pretensión de “conocimiento técnico profesional” que escoge las “mejores opciones” que, en la práctica solo han representado despojo, pobreza y exclusión para las mayorías nacionales. Tienen razón quienes acusan a la constitución neoliberal de ser la madre de tanto desatino; pero se equivocan al pensar que es solo eso y que con una nueva constitución cambiarán las cosas. Mirémonos en el espejo de nuestros hermanos de los países vecinos: No se trata solo de elaborar un nuevo Contrato Social. Se trata de poner en movimiento a todos los actores de este proceso de cambios para que se hagan responsables de proponer y plasmar en la realidad los cambios que se requieren; y, sobre todo, de permanecer vigilantes para que el rumbo del proceso no se desvíe o se revierta y terminemos peor que antes.
Necesitamos
invertir las escalas jerárquicas para que los hombres y mujeres “desde abajo”
impulsen, desarrollen y hagan realidad los cambios necesarios, desplegando la inteligencia colectiva, encarnando los versos de Vallejo: “Sabrán los ignorantes, ignorarán los sabios…”.
Nuestra propuesta es organizarnos en cada comunidad, pueblo, ciudad o barrio, para desarrollar ESCUELAS PARA LA VIDA (*) en las que se vayan reuniendo y condensando las ideas para el cambio a partir de cuatro líneas estratégicas en las que desplegaremos nuestra creatividad:
- Recuperación de la Memoria Histórica
- Reconciliación
del ser humano con la naturaleza
- Reorganización
de la vida cotidiana
- Autoproducción
de nuestras condiciones de existencia
(*) http://asporlavida.blogspot.com/2010/08/escuelas-para-la-vida.html
Calixto Garmendia
Lima, mayo del 2021